Tan confiados a su buen hacer y al aguerrido culto con el que contaban en el viejo continente estaban, que se permitían la chulería de ahorrarse presentaciones en la cubierta, como si se tratasen de una suerte de Led Zeppelin en versión high energy y escandinava, sin más mística en éste caso que la que emana de la electricidad, las melodías con madera de hit single y el conocimiento cuasi-enciclopédico de la historia de ese rock and roll al que, en explícito guiño a The Rubinoos, declaraban muerto.
El grueso de las críticas negativas a este disco se centraron en hacer hincapié en lo abiertamente formulario del contenido del mismo: Es cierto, en "By The Grace Of God" Nicke Royale dió con una fórmula, y la pulió hasta tal punto que, por momentos, el disco parecía más bien el recopilatorio de un ignoto combo setentero de vasta trayectoria que un nuevo lanzamiento editado en los primeros compases del siglo XXI. "Rock & Roll Is Dead" era continuista con la pauta trazada en áquel, en efecto, pero parecía ir algo más atrás en el tiempo: Esto sonaba a lo que habría sido la primera referencia del "ignoto combo setentero de vasta trayectoria".
También se atrevían con negociados inéditos en su sonido hasta la fecha: Ahí tenemos la espléndida "Leave It Alone", tan en deuda con los primeros Lynyrd Skynyrd como con los Rolling Stones más americanizados de los primeros 70's. Detecto, incluso, algún intento de colarse en los charts de la época (tiempo de revivals en las listas, con presencias de los Strokes o Jet) en el neo-garajero "Bring It On Home", que pasa por ser lo más flojo del redondo, y en algunos cortes que no hubiesen desentonado en ese contexto, caso de "Everything's On TV" y "Put Out The Fire".
Predomina en el disco, sin embargo, el músculo de ascendente setentero, parece que se quisiera capturar el momento en el que las bandas de power pop mutaron en combos de hard rock. Ahí está el trío mencionado más arriba, pero también el boogie contenido de "No Angel To Lay Me Away", la sutil melancolía que envuelve "Murder On My Mind" y "Make It Tonight" y las dos salvas en las que el universo de The Raspberries y el de KISS más cerca están de colisionar: "Nothing Terribly New" y la épica clausura con "Time Got No Time To Wait For Me".
Queda, tras la escucha del álbum, una sensación agridulce: Uno recuerda la salida de éste disco, las reseñas que cosechó, la gira con la que lo presentaron como algo -relativamente, si acaso- cercano en el tiempo, que, sin embargo, resulta terriblemente lejano de alcanzar para la inmensa mayoría de bandas que, como ellos en aquel momento, llevaban poco más de una década en el negocio (no digamos ya los grupos nuevos). Y lo que en su momento fue saludado como un trabajo menor se revela como un pequeño clásico, poseedor de una clase, un savoir faire y unos referentes que lo hacen merecedor de un rescate de cuando en cuando. Y eso, en estos tiempos de sobresaturación de información, no es poco.